¿Cómo leer a Lacan y no convertirse en un lacaniano?
Hace mucho que el psicoanálisis tiene olor a rancio: sus escuelas, sus preguntas, sus discursos. Es muy difícil transitarlo sin que a uno no se le impregne algo de esa atmósfera enmohecida: nótelo, unos pocos años después de algunos grupos de estudio, de consumir dosis suficientes de la bibliografía más «pura» –no la otra, la «aplicada»-; luego de haber comprendido la historia del psicoanálisis –sus instituciones, su renegada postura, sus disidencias, y todo el conjunto de sus bajezas más sofisticadas-, usted podrá encontrar a unos buenos jóvenes practicantes convertidos en unos grandes exégetas de intenciones ocultas; y si no lo logran –complejo de inferioridad mediante-, entonces se agruparán alrededor de algún nuevo gran exégeta que se postule en el mercado interno de las sociedades analíticas: él es el que viene a decir el verdadero «qué» escondido en el decir a medias que todos hasta entonces esquivaron. Los grandes exégetas dedican lo mejor de sus años a recopilar las citas sufic...