LA MUERTE NO SABE HABLAR...
LA MUERTE QUE NO SABE HABLAR…
“Mi lengua dice todo el tiempo tonteras;
que vine a vivir, con mi muerte también”.
Carlos “Indio” Solari. El amor, el ruiseñor y la muerte
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“La incurable Otredad que padece lo Uno”.
Antonio Machado.
Todo neurótico coloca un significante a su angustia para no quede al descubierto. De allí aquello que Milan de Kundera llamó la insoportable levedad del ser.
Sin embargo, la angustia es, como enunciara Kierkegaard, “el vértigo de la libertad”.
¿Qué queremos decir con esto?
El sujeto se ata a algún significante (fálico) que lo proteja ante la aparición de la falta (del Otro). Incluso hay quienes enuncian esto con un decir colmado de sin-sentido: “Yo no tengo vida”, “soy un muerto en vida”, etc etc. Y hay quienes soportan la angustia sin padecerla. Desde el psicoanálisis sabemos que no es lo mismo la angustia psicótica, que la angustia en el neurótico.
Y dentro de las neurosis, hay Sujetos cuyo soporte fálico no está anclado a algún significante del Otro barrado s(A), sino que se estructuran alrededor de algo que hace nudo allí donde la función fálica fracasó. Función que siempre falla, recordemos que falo=phallus. La falta, la falla es estructural.
Si el psicoanálisis tiene algo para decir -sabemos que el decir es siempre un recorte, porque el lenguaje está agujereado– es porque el saber está atravesado por la castración.
Pero al enunciar que hay Sujetos que se estructuran alrededor de algo distinto que remedia el fracaso de la inscripción fálica, me refiero a Joyce, de quien sabemos que era un psicótico de hecho, pero la escritura impedía que se desencadenara su psicosis. También podemos nombrar a Alejandra Pizarnik, o Vicent Van Gogh, como otros artistas que han encontrado en el arte el soporte ante la angustia, el sostén del deseo.
Vayamos ligando estas cuestiones: el saber está en falta, el Otro nos dona la pulsión –y también el deseo- pero justamente nos angustia porque no sabemos qué hacer con Eso.
Si algo nos caracteriza a todos los parletres por igual, es la desorientación que tenemos respecto de todo. No sabemos nada, sino que repetimos Eso que el Otro –encarnado en alguien- nos dijo: “báñate” “abrígate” “ comé” “cuidate” y etc etc.
Si hay un tema del cual nada se sabe es la muerte, no hay significante que represente la (propia) castración. Recordemos que el campo de lo Simbólico, es la muerte.
Volvamos a Pizarnik, Van Gogh. Y liguemos ambas cuestiones: el soporte ante la angustia, y la muerte. Me gustaría desarrollar esta idea en ambos autores (la escritura y la imagen).
Alejandra Pizarnik es, al menos para mí, una de las más bellas poetas argentinas. Su poesía está teñida de metáforas sobre la muerte, el deseo, el dolor, la imaginación, las palabras, el mundo y la realidad. En cada poema nos muestra atravesar, en su misterio, lo real por lo simbólico, es decir, que toda palabra quedará encadenada a otra palabra que jamás completará la significación que se asoma en todo enunciado. Y si algo estaba muy presente en Alejandra era su relación con la muerte, su pre-destinación al suicidio. Podríamos decir que su escritura, sus poemas, fueron un freno a ese impulso suicida, atado a una Demanda imparable del Otro. Alejandra encontró un sentido diferente en la escritura; en la poesía siempre latente en sus venas, la palabra que no encontró nunca en el Otro. No hay desgracia peor que Otro sin barrar. Que el Otro no aparezca en falta. Y acá me olvido de todas las cuestiones teóricas en las que todos los psicoanalistas se enriedan: si el Otro existe, o no existe, porque lo cierto es que esas discusiones las tenemos puertas adentro en nuestra disciplina, y como decía Borges, todas las teorías son legítimas pero también prescindibles, porque lo que importa es lo que se haga con ellas.
Alejandra nos mostró que la palabra -cuando no es donada- puede fabricarse mediante la escritura, y con la poesía más aún. Y eso hace de remedio ante un Otro consistente, sin fallas. Cuando no hay corte, Eso deja sus consecuencias, sus marcas en lo real, que lo simbólico intentará enhebrar como pueda en la red significante. El significante representa al Sujeto para otro significante.
El Estadio del Espejo –y el modelo Óptico- con el cual Lacan nos explica que el Espejo plano se derrumba cuando lo simbólico pierde su eficacia, quiere decir que el goce del Otro no existe pero que no exista no implica que no tenga eficacia en el (trazo del) Sujeto. Bastaría preguntarnos por Schreber y su delirio, si esto no fuera cierto.
Van Gogh, por su parte, desde antes de nacer, o mejor decir, nació por la muerte de su hermano Vincent nacido con vida y fallecido al poco tiempo. El joven pintor fue nombrado con ese mismo significante: Vincent. Sus padres nunca pudieron duelar la temprana muerte de Vincent. Fue así que su sucesor heredó ese mismo significante, con la muerte a cuestas. No obstante, Van Gogh aprendió –en medio de los avatares fálicos que lo atravesaban- a hacer algo con eso. La pintura resultó ser su sinthome, el anudamiento que encontró frente a aquello que lo destruía. Sin embargo, lo real pulsional no iba a detenerse. Y anticipaba el suicidio de Van Gogh, pese a sus esfuerzos por frenarlo. No sabía de Eso que iba a destruirlo.
La muerte no sabe hablar, porque no puede hablar: es el significante que no tiene representación. Lacan nos dice en el seminario 24 que el saber en tanto tal está en lo Real, pero “lo Real, tal como aparece, dice la verdad pero no habla, y es preciso hablar para decir lo que sea. Lo simbólico soportado por el significante sólo dice mentiras cuando habla y habla mucho”.(1)
Van Gogh habló mediante su pintura, sus imágenes, sus cuadros. En ellos pintó esa verdad que lo trascendía. También a ese deseo que siempre intentó (re)crear y colorear. En todos encontramos su misteriosa belleza. Su arte intentó des-completar a Eso, al goce del Otro que lo reclamaba desde siempre. La imagen está fragmentada, al igual que la palabra, que no puede con todo.
Juan Pablo Moscardi
La muerte no sabe hablar.
Enero 2021
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