DE SORDERA Y OTRAS YERBAS

 “Pero a los ciegos no le gustan los sordos.

Y un corazón no se endurece porque sí”

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

 

Hace unos días pensaba mientras hablaba con una colega acerca de la sordera que padecen ciertos neuróticos. Por ejemplo, en parejas donde uno habla y el otro no escucha: uno sostiene al otro que -en tanto neurótico- no quiere/no puede pagar el precio –es decir, castrarse- para sostener un vínculo. Situación que también se da en los lazos familiares. La sordera trae conflictos. Veamos de qué se trata este tema.

Lacan dice algo muy interesante en la primer clase de su seminario 23: “Las pulsiones son el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir. Para que resuene este decir, para que consuene, otro término del sinthome madaquin, es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. De hecho, lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los cuales el más importante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por esta vía responde en el cuerpo lo que he llamado la voz. Lo molesto, por cierto, es que no está solo la oreja, y que la mirada compite notablemente con ella.




Puntualicemos algunos de los conceptos que se desprenden de la cita.

Primero, destacamos que –a diferencia de los animales salvajes o logrados- los parletrês estamos atravesados por la palabra: de aquí que la pulsión no tiene nada que ver con el instinto sino con el Lenguaje. En el principio está el Otro. Si no hubo alguien que nos hablara, no podemos constituirnos como sujetos. “Al comienzo estaba el verbo”: HABLAR

Pero la palabra, como dice Montaigne, es “mitad de quien la dice y mitad de quien la escucha”: hablar es básicamente hablarle a otros. Y aquí nos adentramos en el quid de la cuestión, porque en realidad el Sujeto no habla sino que es hablado por el Otro del lenguaje. Alguien nos habló, y lo que resuena en el cuerpo es el DECIR del Otro: No “qué” dijo sino “cómo” lo dijo. Hay una falla en la palabra, en lo Simbólico. Es increíble cómo hay analistas (que se dicen lacanianos) que afirman que lo real (del goce) causa problemas. El asunto es exactamente al revés: la introducción del Sujeto en lo Real –la inmixión de Otredad- es el problema. Lo simbólico estropea lo Real.

Por ejemplo: el Otro de un maníaco-depresivo sería más o menos quien le hable al modo de “No sos el que me brilla, te falta” y al mismo tiempo “Ahora sí, sos un genio, sos espectacular”. No es lo mismo que el Otro del Paranoico, como tampoco el Otro de un neurótico obsesivo. Hablamos (y pensamos) con palabras que vienen del Otro. A esto se refiere Lacan cuando matematiza la Pulsión ($ <> D). 

Creemos que hablamos pero estamos tomados por el Discurso del Otro: el inconsciente. Es por esta falla de lo simbólico que el Sujeto ya no sabe lo que dice cuando habla, cuando enuncia algo. “Porque en el intervalo entre la palabra que desconoce y lo que él cree hacer pensamiento, el hombre se embrolla.”(Lacan, seminario 27). 

La sordera es la neurosis porque el Sujeto no quiere escuchar(se) sino ver su imagen en el lazo con el otro. 

Por eso decimos que aquel que se lleva mal con el vecino, y que además refiere a él como único “responsable” del conflicto no hace más que reproducir con el semejante su neurosis (su relación con el Otro). 

Pensemos que los animales –los no domesticados, claro está- se comunican. No tienen problemas porque entre ellos no se interpone el lenguaje. O sea, no podemos precisar si gozan (escuchan la palabra del Otro) porque no hablan. No podemos preguntarles. De aquí que el goce [jouissence en francés] es homofónico de "j´ouis, J´ouis" (yo oigo yo oigo). 

Las pulsiones nacen a partir de ese agujero de lo simbólico en la oreja. No hay goce fuera del lenguaje. Gracias a esta falla en el mundo de las palabras es que podemos hablar y escuchar(nos).

La sordera -la neurosis- se da cuando el Sujeto espera que se le responda o que se le devuelva la imagen que cree tener  sí mismo en vez de escuchar el mensaje que le llega  (en forma invertida) desde el Otro. 

De aquí esa famosa frase de la jerga de la calle: “la suerte de la fea, la linda se la desea” porque si está muy  enamorada de su belleza, va a tener problemas con los demás, cuando le diga que no es la más linda de todas sino que hay una que es tan linda como ella. O peor aún, que haya una fea pero que conquiste no por ser más linda,  sino a pesar de ser fea.

Leamos un fragmento de este tema, del cual creo condensa todo esto. 

"Cuanto más neurótico, más incapaz de escucharse. Cuanto más neurótico, más busca y construye lazos con otras personas que van a ayudarlo a ensordecerse para lo que es real y verdaderamente importante para él mismo (...)

Cuanto más neurótico, más el sujeto habla para ocupar ese espacio, habla vacía hecha para no escucharse. (...)

Aquí va una consideración diagnóstica genérica: cuanto menos la persona (se) escucha, peor es el pronóstico para su vida; cuanto menos la persona se escucha, más demanda ser escuchada por los otros.

Tendencialmente,  cuanto más sufrimos, menos nos escuchamos. Por eso nos tornamos, en esa situación, tan vulnerables a la manipulación, a dejarnos dirigir, e incluso a llegarnos a pedir para obedecer a lo que cualquier otro nos proponga"

"O palhaco e o psicanalista" Christian Dunker.

Para cerrar, la sordera del Analista (es decir la neurosis de la persona que cumple esa función) es un obstáculo para la dirección de la cura. El analista no debe engañarse cuando decide leer el trazo del Sujeto, que surge a partir de lo que (se) escucha en el análisis. Precisamente porque nadie se cura porque habla sino porque hay alguien que interpreta y lee en voz alta -el Analista- ese eco que resuena siempre en la oreja, que no puede taponarse, aunque no pueda verse, las palabras lo escriben. 

 

Juan Pablo Moscardi

La sordera es la neurosis

III-2021


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